Vienes al mundo. Y eres un ser diminuto; pero, en realidad, eres el propietario de un gran palacio lleno de habitaciones, recovecos y sorpresas. Y tu auténtico deber en la vida es explorar ese palacio, disfrutarlo, mejorarlo y ampliarlo… e invitar a los que te rodean a que disfruten de tu mansión. E irte a la mansión de la gente que te rodea, compartir sus alegrías y sus penas y ayudarles a conformar su mansión. En definitiva, tu auténtico deber es crear tu vida, ampliar las posibilidades del tiempo que te ha sido dado.
Pero vas creciendo. Y resulta que tienes que tomarte 250ml de papilla de cereales en cada comida; y tú no lo entiendes porque, claro está, nuestro instinto no sabe de ml ni de horas fijas. Y te empiezan a reprimir tu espontaneidad: tienes que callarte cuando quieres hablar, aunque sea alto tremendamente interesante que te escuece en el pecho si no lo dices. Y que no puedes saltar en los charcos, porque hay que lavar la ropa (¿la ropa? ¿Lavarla? ¿Plancharla? ¿Qué tiene esto que ver con todas las cosas interesantes que tengo por crear?)
Y te haces un poquito más mayor. Vas al cole. Y te tienes que meter en la fila del patio. Y estudias algo que llaman historia: una retahíla de fechas y batallas; pero no te animan a imaginar cómo debía ser la vida en el pasado; y se les olvida que fantasees con qué pasaría si fulanito de tal no hubiese ganado nosécuál batalla. Y te cuentan “versiones” artificiales: Los moros invadieron España, pero no los visigodos (juas, juas, me parto, menuda chorrada supina, pero claro, como tienen una diferencia tan "esencial” como la religión que practican… por cierto, los primeros visigodos eran herejes según la Iglesia Católica, porque eran arrianos, pero claro, eso se obvia porque no conviene). Ains, que ya te están achicando tu mansión, con lo grande que era hace tan sólo unos añitos.
Y llegas a la adolescencia. Y los genios del marketing te fuerzan a pasar por el aro de gilipolleces en el vestir y estupideces en el hablar. Y empiezas a discrepar con convencionalismos que no tienen ningún sentido: ¿Por qué los actos importantes tienen que ser tan aburridos? ¿Qué manía tiene la gente con destrozar la bondad de la sana diversión? Y es la edad en la que te descubres. En la que intentas ver tus puntos fuertes, tus áreas de mejora, y cómo encajas en los criterios establecidos por la sociedad. Y los que te rodean sólo te dice lo que haces mal, nunca lo bueno… eso sería despertar el vicio malo-malísssimo de la soberbia (otro juas, como si la falsa humildad que pretenden inculcarnos no fuese un vicio tremendo; y como si no estuviésemos llamados a tener un conocimiento realista de nosotros mismos para poder dar el máximo de nosotros al mundo y a la sociedad).
Y acabas el colegio. Y toooodas esas horas que has pasado en el pupitre no te han servido para aprender nada, absolutamente nada, que sirva para algo en la vida (para otro día dejo mis disgresiones sobre el enfoque de la educación universal, que le tengo unas ganas…)
Y llegas a la Universidad. Y resulta que te fuerzan a deglutir datos, como si tu cerebro fuese un hígado con futuro de paté. Diseñan seres enciclopédicos, pero eso de las personas con capacidad de decisión ni se les pasa por la cabeza. Es la época en la que recuerdas y valoras la mansión infantil… e intentas recuperarla, pero la sociedad sigue empeñándose en que no lo consigas
Y empiezas a trabajar. Y hay que hacer las cosas porque las dice el jefe, aunque tengas clarísimo que es una estupidez supina. Y descubres lo que es la jerarquía en su máxima expresión: o bien un sistema para ganar batallas; o bien un sistema que se inventaron los mediocres para no ser aplastados por la evidencia.
Y conoces a tu novia, y piensas en casarte. Pero claaaaaro, hay que hacer un bodorrio, porque lo dice la sociedad. Da lo mismo que el hecho de preparar la ceremonia despierte unas tensiones bestiales con tu pareja. No, hay que hacerlo, porque lo dice “el sistema”. Ains, de la mansión, a estas alturas, tan sólo te queda un cuartucho mal ventilado… que, además, no puedes ampliar, y hasta te da vergüenza que alguien venga a visitarlo.
Y te compras una casa. Y no te das cuenta de que eso de hipotecarte cercena de raíz cualquier posibilidad de explorar aquellas infiniiiiiiitas posibilidades que tenías cuando viniste al mundo. Que ahora vives, materialmente, en una casa de 4 habitaciones; pero, en realidad, estás en una celda a la que no llega el sol. Y que hace 35 años estabas en una cuna enana; pero, en realidad, vivías en un mundo impresionantemente grande, no apto para agorafóbicos.
¿Lo más curioso? Que luego tienes niños. Y les haces pasar por el aro de lo que te hicieron pasar a ti. Sin pararte a reflexionar. No, el proceso de moldeado del sistema está muy bien diseñado: a la vez que te malea, te convierte en molde a su vez. Y perpetúas el error. Maldito Leviatán, por encima de las personas en lugar de estar a su servicio.
Y sólo te das cuenta del error cuando éste ya no tiene marcha atrás. Cuando eres abuelo. Cuando te das cuenta del tremendo potencial que tenías “en la otra orilla” del mar de tu vida. E intentas por todos los medios que tus nietos no cometan ese error. Les animas a equivocarse, a ser ellos mismos. Te saltas las normas, y les das chucherías o dinero a escondidas de sus padres. Y les animas a descubrir el placer de reírse de sí mismos. En resumen: descubres todas esas normas externas que te han impedido ser tú. Te dan ganas de decírselo al mundo a voz en grito, pero la gente se reiría de ti. Por eso se lo transmites a los niños, los únicos que te pueden comprender porque todavía no llevan las orejeras que impone la sociedad. Es como el cuento del rey desnudo… y sólo los ancianos y los niños tienen el valor de decir lo obvio.
Y Dios, que está ahí arriba, se retuerce y rechina los dientes al ver que los hombres no caen en la cuenta. Que no caen en la cuenta de que él los ha creado a su imagen: los ha creado como seres con capacidad de crear. Y que están olvidando lo que realmente les haría felices, y que además es su gran deber: crear algo valioso con sus vidas; explorar las posibilidades del niño, y multiplicarlas por cien; crear felicidad a su alrededor; crear, en definitiva, un mundo más amplio en el que vivir.
¿Y tú? ¿También vives con orejeras? ¿Quieres seguir llevándolas? ¿Quieres que tus hijos tengan que pasar toda una vida para darse cuenta de que van con una venda en los ojos? ¿No te interesa aprovechar todas tus posibilidades? ¿Y que las aproveche la gente que te rodea? Si este post sirve para hacerte pensar un poquito, me doy por satisfecho, porque te he contado algo en lo que creo profundamente.
P.D. Estoy totalmente de acuerdo con la necesidad de unas normas sociales que permitan la convivencia. El problema es que las normas actuales son, en muchos casos, mucho más numerosas que las necesarias para asegurar la convivencia; y, en muchos casos, a pesar de ser muchas, ni siquiera son las necesarias para permitir la convivencia.