domingo, 28 de marzo de 2010

Orden y naturaleza

Como bien sabéis los que bien me conocéis, siempre me ha gustado descubrir las pautas de orden subyacentes tras un aparente desorden. La “jerarquía” de niveles de orden me parece de una belleza increíble. De la partícula subatómica, al átomo; del átomo, a la molécula, de la molécula, a la célula; de la célula… y suma y sigue.

Suma y sigue, hasta llegar a poder elaborar este pensamiento en base a unos ladrillos fundamentales tontorrones: taquiones, bosones, fermiones y demás (partículas elementales, todavía más “chiquititas” que los electrones, protones y neutrones que estudiábamos en el cole). ¿En qué punto aparece la “propiedad emergente” del pensamiento y la consciencia? ¿Cómo narices puede pasar que un protón de mi cerebro, gracias a ordenarse con otros, sea capaz de acabar siendo consciente de su existencia? Glups, da vértigo, ¿eh?

La verdad es que, pudiendo ser totalmente desordenado, es increíble que en todo el Universo impere este orden y esta estructura jerárquica. La probabilidad de que haya orden es ínfima, en comparación con la probabilidad de que haya desorden. Sin embargo, nuestro Universo ha optado por el orden. Así que el orden no sólo es que me guste, sino que además me intriga. Eso, junto con que el Universo tienda inexorablemente al desorden (la entropía es la “flecha del  tiempo”, como dicen los físicos)… y que nosotros seamos pequeños “reductos de orden” que resistimos la invasión del desorden, como Astérix y su pueblo hacían con los romanos.

En esta línea del orden he visto este vídeo chulísimo, que muestra la belleza de elementos como la proporción áurea y su constante presencia en la naturaleza, o cómo una sucesión “aburrida y tontorrona” como los números de Fibonacci tiene presencia real en nuestro mundo. Y que lo que nosotros percibimos como “desordenado” en realidad no lo es tal, sino que nuestra capacidad de ver pautas de orden es muy limitada.

Ahí va el vídeo: Orden y naturaleza

P.D. Que sepáis que, según la termodinámica, si ordenas tu cuarto, lo que en realidad estás haciendo es generar desorden neto en el universo… este argumento viene guay cuando te da pereza colgar los pantalones :p

domingo, 21 de marzo de 2010

San Pi

Hace bien poquito, el 14 de marzo, fue el “día del número Pi”. Los que me conocéis bien os imaginaréis que, para mí, admirador y poeta de este guarismo, dicha fecha fue un día muy señalado :P.

¿La razón de elegir este día? Pues que en USA, ese día es el 3/14, una aproximación bastante burda a mi amado número pi (recuerdo que allí, lo habitual en las fechas es poner primero el mes y después el día, al revés que nosotros). Los enamorados tienen su catorce de febrero, su San Valentín. Pi y yo tenemos nuestro 3/14 (no, no os asustéis, no llaméis a los loqueros, que estoy de guasa).

Quería aprovechar para reivindicar la importancia de las matemáticas en nuestra vida cotidiana. Las matemáticas que permiten que utilice este ordenador; que fueron necesarias para calcular la estructura de la casa que habito; que son imprescindibles para llevar la contabilidad de la empresa para la que trabajo; que son la base de funcionamiento de la red telefónica, con la que escribo este post y con la que hablo con mis familiares y amigos; que son necesarias en cualquier proceso de producción de cualquier bien que consumo.

En definitiva, las matemáticas son un sustrato básico de toda nuestra actividad cotidiana. Párate un día a pensar, en cada cosa que haces, que utilizas, o que encuentras, qué se podría haber hecho sin matemáticas, y te darás cuenta de que todavía seguiríamos en las cavernas. Pocas cosas son tan universalmente necesarias para la vida actual como las matemáticas. Si de un día a otro desapareciese todo el conocimiento matemático de la humanidad sería una debacle tremenda.

Esas matemáticas que desde el principio del siglo XX, son un poquito más humildes y ya reconocen que no son infalibles, por “culpa” de la demostración del teorema de Gödel. Un teorema que acojona bastante y que, entre otras cosas, debe hacernos pensar sobre la posibilidad de que la inteligencia artificial se vuelva en contra de nosotros (sin ir más lejos, el teorema de Gödel marca el guión de “Yo, Robot”, el culmen de la literatura de ciencia-ficción); o también debería hacernos pensar sobre la posibilidad de que Internet, por una propiedad emergente, acabe cobrando consciencia de sí mismo (no, no os riáis de mí, son voces muy serias y muy bien formadas las que están planteando esta posibilidad).

Hoy firmaré con una ecuación que es una destilación de los elementos fundamentales de las matemáticas. De hecho, se ha empleado como “slogan” de algún congreso mundial de matemáticas.  (e^(ixpi))+1=0.

P.D. Apunto en mi agenda lo de dedicar un post a hablar del teorema de Gödel, que es muy curioso

viernes, 19 de marzo de 2010

De propietario a prisionero

Vienes al mundo. Y eres un ser diminuto; pero, en realidad, eres el propietario de un gran palacio lleno de habitaciones, recovecos y sorpresas. Y tu auténtico deber en la vida es explorar ese palacio, disfrutarlo, mejorarlo y ampliarlo… e invitar a los que te rodean a que disfruten de tu mansión. E irte a la mansión de la gente que te rodea, compartir sus alegrías y sus penas y ayudarles a conformar su mansión. En definitiva, tu auténtico deber es crear tu vida, ampliar las posibilidades del tiempo que te ha sido dado.

Pero vas creciendo. Y resulta que tienes que tomarte 250ml de papilla de cereales en cada comida; y tú no lo entiendes porque, claro está, nuestro instinto no sabe de ml ni de horas fijas. Y te empiezan a reprimir tu espontaneidad: tienes que callarte cuando quieres hablar, aunque sea alto tremendamente interesante que te escuece en el pecho si no lo dices. Y que no puedes saltar en los charcos, porque hay que lavar la ropa (¿la ropa? ¿Lavarla? ¿Plancharla? ¿Qué tiene esto que ver con todas las cosas interesantes que tengo por crear?)

Y te haces un poquito más mayor. Vas al cole. Y te tienes que meter en la fila del patio. Y estudias algo que llaman historia: una retahíla de fechas y batallas; pero no te animan a imaginar cómo debía ser la vida en el pasado; y se les olvida que fantasees con qué pasaría si fulanito de tal no hubiese ganado nosécuál batalla. Y te cuentan “versiones” artificiales: Los moros invadieron España, pero no los visigodos (juas, juas, me parto, menuda chorrada supina, pero claro, como tienen una diferencia tan "esencial” como la religión que practican… por cierto, los primeros visigodos eran herejes según la Iglesia Católica, porque eran arrianos, pero claro, eso se obvia porque no conviene). Ains, que ya te están achicando tu mansión, con lo grande que era hace tan sólo unos añitos.

Y llegas a la adolescencia. Y los genios del marketing te fuerzan a pasar por el aro de gilipolleces en el vestir y estupideces en el hablar. Y empiezas a discrepar con convencionalismos que no tienen ningún sentido: ¿Por qué los actos importantes tienen que ser tan aburridos? ¿Qué manía tiene la gente con destrozar la bondad de la sana diversión? Y es la edad en la que te descubres. En la que intentas ver tus puntos fuertes, tus áreas de mejora, y cómo encajas en los criterios establecidos por la sociedad. Y los que te rodean sólo te dice lo que haces mal, nunca lo bueno… eso sería despertar el vicio malo-malísssimo de la soberbia (otro juas, como si la falsa humildad que pretenden inculcarnos no fuese un vicio tremendo; y como si no estuviésemos llamados a tener un conocimiento realista de nosotros mismos para poder dar el máximo de nosotros al mundo y a la sociedad).

Y acabas el colegio. Y toooodas esas horas que has pasado en el pupitre no te han servido para aprender nada, absolutamente nada, que sirva para algo en la vida (para otro día dejo mis disgresiones sobre el enfoque de la educación universal, que le tengo unas ganas…)

Y llegas a la Universidad. Y resulta que te fuerzan a deglutir datos, como si tu cerebro fuese un hígado con futuro de paté. Diseñan seres enciclopédicos, pero eso de las personas con capacidad de decisión ni se les pasa por la cabeza. Es la época en la que recuerdas y valoras la mansión infantil… e intentas recuperarla, pero la sociedad sigue empeñándose en que no lo consigas

Y empiezas a trabajar. Y hay que hacer las cosas porque las dice el jefe, aunque tengas clarísimo que es una estupidez supina. Y descubres lo que es la jerarquía en su máxima expresión: o bien un sistema para ganar batallas; o bien un sistema que se inventaron los mediocres para no ser aplastados por la evidencia.

Y conoces a tu novia, y piensas en casarte. Pero claaaaaro, hay que hacer un bodorrio, porque lo dice la sociedad. Da lo mismo que el hecho de preparar la ceremonia despierte unas tensiones bestiales con tu pareja. No, hay que hacerlo, porque lo dice “el sistema”. Ains, de la mansión, a estas alturas, tan sólo te queda un cuartucho mal ventilado… que, además, no puedes ampliar, y hasta te da vergüenza que alguien venga a visitarlo.

Y te compras una casa. Y no te das cuenta de que eso de hipotecarte cercena de raíz cualquier posibilidad de explorar aquellas infiniiiiiiitas posibilidades que tenías cuando viniste al mundo. Que ahora vives, materialmente, en una casa de 4 habitaciones; pero, en realidad, estás en una celda a la que no llega el sol. Y que hace 35 años estabas en una cuna enana; pero, en realidad, vivías en un mundo impresionantemente grande, no apto para agorafóbicos.

¿Lo más curioso? Que luego tienes niños. Y les haces pasar por el aro de lo que te hicieron pasar a ti. Sin pararte a reflexionar. No, el proceso de moldeado del sistema está muy bien diseñado: a la vez que te malea, te convierte en molde a su vez. Y perpetúas el error. Maldito Leviatán, por encima de las personas en lugar de estar a su servicio.

Y sólo te das cuenta del error cuando éste ya no tiene marcha atrás. Cuando eres abuelo. Cuando te das cuenta del tremendo potencial que tenías “en la otra orilla” del mar de tu vida. E intentas por todos los medios que tus nietos no cometan ese error. Les animas a equivocarse, a ser ellos mismos. Te saltas las normas, y les das chucherías o dinero a escondidas de sus padres. Y les animas a descubrir el placer de reírse de sí mismos. En resumen: descubres todas esas normas externas que te han impedido ser tú. Te dan ganas de decírselo al mundo a voz en grito, pero la gente se reiría de ti. Por eso se lo transmites a los niños, los únicos que te pueden comprender porque todavía no llevan las orejeras que impone la sociedad. Es como el cuento del rey desnudo… y sólo los ancianos y los niños tienen el valor de decir lo obvio.

Y Dios, que está ahí arriba, se retuerce y rechina los dientes al ver que los hombres no caen en la cuenta. Que no caen en la cuenta de que él los ha creado a su imagen: los ha creado como seres con capacidad de crear. Y que están olvidando lo que realmente les haría felices, y que además es su gran deber: crear algo valioso con sus vidas; explorar las posibilidades del niño, y multiplicarlas por cien; crear felicidad a su alrededor; crear, en definitiva, un mundo más amplio en el que vivir.

¿Y tú? ¿También vives con orejeras? ¿Quieres seguir llevándolas? ¿Quieres que tus hijos tengan que pasar toda una vida para darse cuenta de que van con una venda en los ojos? ¿No te interesa aprovechar todas tus posibilidades? ¿Y que las aproveche la gente que te rodea? Si este post sirve para hacerte pensar un poquito, me doy por satisfecho, porque te he contado  algo en lo que creo profundamente.

P.D. Estoy totalmente de acuerdo con la necesidad de unas normas sociales que permitan la convivencia. El problema es que las normas actuales son, en muchos casos, mucho más numerosas que las necesarias para asegurar la convivencia; y, en muchos casos, a pesar de ser muchas, ni siquiera son las necesarias para permitir la convivencia.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Daltonismo verbal

Hace hoy 57 años se utilizó la caja negra de un avión por primera vez. Se inventó para intentar “aprender de los errores”: registrar lo que sucede en vuelo, comprender lo que pasa en situaciones críticas (incluyendo accidentes) y poder aplicar medidas de mejora (entre las que se encuentran mejorar diseño de los aviones, corregir problemas electrónicos, modificar protocolos de vuelo…)

Como es lógico, las cajas negras tienen que aguantar condiciones bastante bestias: presión (poder estar a más de 5.000 metros bajo el nivel del mar); impacto (con fuerzas equivalentes a 3.400 g); fuego…

¿Lo más curioso? La caja negra no es negra… ni por asomo se le parece. ¡Es naranja chillón! (vamos, que entre el nombre y la caja de verdad se podría diseñar la bandera holandesa).

Y, para terminar, una pregunta capciosa: ¿por qué no se hace el avión del mismo material de la caja negra?

P.D. La pregunta, por supuesto, es coña. Un avión del mismo material de la caja negra sería tremendamente pesado y no habría forma de levantarlo.

martes, 9 de marzo de 2010

Los errores y la edad

AVISO: si no has visto Up in the Air, quieres verla y no quieres que te la destripe, no sigas leyendo.

Ayer estuve viendo la peli de “Up in the Air”. Me habían hablado muy bien de ella. Todo el mundo me decía que era divertidísima. Siento deciros que a mí no me hizo ninguna gracia. Regada de chistecillos propios de quinceañeros rezumando de hormonas, pocas sonrisas me provocó, y ninguna carcajada.

Pero el final sí que me hizo pensar; y bastante. Me hizo darme cuenta de que hay determinados errores que tienen un punto de no retorno, una edad a partir de la cual ya no tienen remedio.

Y me explico: George Clooney se da cuenta de que no quiere una vida solitaria y desligada; social e independiente; sexual y sin amor. Un momento en el que se da cuenta de que no se puede mantener este equilibrio de funambulista, y que tiene que decidir. Y opta entregarse, amar y compartir. Demasiado tarde. La mujer de la que se enamora ya tiene pareja de hijos. Para George, la corrección del error llega demasiado tarde.

En cambio, la jovenzuela, está a tiempo de corregir su error. Apuesta muy seriamente por una vocación laboral. Se lo cree. Mejora su empresa. Idea e implanta nuevos sistemas: sistemas de despido en masa, de EREs automatizados. Pero se da cuenta de que ése no es el camino. Que no quiere hacer daño; y que no está aquí para hacer la vida difícil a la gente ni para dedicar su existencia a dar malas noticias. Ella sí está a tiempo, consigue reconducir su carrera (curiosamente, con la ayuda del “tutor en el error”, George Clooney, que ya no puede dar marcha atrás).

No quiero poneros nerviosos, simplemente quiero haceros reflexionar sobre aquellos potenciales errores, de los cuales podáis arrepentiros en un futuro… que nunca se os haga demasiado tarde.

P.D. También me hizo pensar el momento en el que la jovenzuela pregunta a la mayor si no ha probado con las mujeres. Y no me sorprendió, porque ya he conocido a varias mujeres sensibles y apasionadas que han tenido relaciones con otras mujeres. He de reconocer que son mujeres interesantes, exploradoras y entiendo perfectamente que el “macho medio” no acabe de satisfacerlas.

lunes, 8 de marzo de 2010

En el día de la mujer trabajadora

He tenido la oportunidad de ver este vídeo. Un vídeo que me ha hecho pensar: realmente, las mujeres no sólo pueden igualar, sino superar claramente, a los hombres en su trabajo.

Y si no, que se lo digan a la jugadora número 15 de la camiseta roja de este partido. Qué pasión y qué empeño le pone a superar a mi amadísimo Arteche, el central carnicero del Atlético de Madrid.

Mujer trabajadora

Y ahí van unas frases que me ha pasado una amiga en un mail relacionado con la celebración del día. Algunas no tienen ninguna relación con el tema, pero a mí me gustan :p.

  • La frase "madre trabajadora" es redundante. Jane Sellman
  • Nadie puede hacerte sentir inferior sin tu permiso. Eleanor Roosevelt
  • Dentro de cada persona vieja hay una persona joven.... que se pregunta qué coño ha pasado...  Cora Harvey Armstrong
  • Dentro de mí vive una mujer delgada que grita para salir. Pero generalmente la puedo acallar con galletas. Anónima, pero podría ser mi alter-ego femenino
  • Los 35 es esa edad en la que finalmente consigues tener la cabeza en su lugar, mientras que el resto del cuerpo empieza a caer. Caryn Leschen
  • Si no puedes ser un buen ejemplo.... deberás ser una espantosa advertencia. Catherine

Estadística y verdad

Llevo toda mi (breve pero intensa) carrera profesional manejando datos. Números arriba; estadísticas abajo; excel de gastos; simulaciones de ingresos; descuentos de flujos de caja; penetraciones de servicios; cuotas de mercado.

Y lo que más valoraban los clientes de mi trabajo era la capacidad de analizar estos datos para extraer conclusiones más allá de lo evidente. De convertir una serie de datos fría y tontorrona en una conclusión con implicaciones reales para la operativa de un negocio; en definitiva, de responder a temida pregunta del cliente de "¿pa’ qué coño me sirven estos datos?”

Al principio, iluso y jovenzuelo, creía en la objetividad unívoca de los datos. Más adelante, descubrí que correlación no es lo mismo que causalidad. Un pasito más adelante, y comprendí que algunos datos podían tener doble interpretación… hasta que capté la dura realidad: que, si sabes manejar la coctelera, los datos pueden decir lo que tú quieras. Por eso me ha hecho mucha gracia la frase que he encontrado en Microsiervos:

“Si torturas los datos lo bastante, éstos confesarán cualquier cosa”.

Eso sí, reconozco que sigo viendo una única interpretación válida en mis análisis: la que, tras marear mucho la mezcla, me parece más sólida y convincente. Pero eso no impide que, a veces, haya tenido que mostrar otras interpretaciones de los datos. Interpretaciones lógicamente válidas, quizás… pero que yo no me creía, aunque sí conseguía que las creyese el cliente.

Moraleja: no hagáis caso a las conclusiones que otros os proporcionen. Observad la realidad, analizadla de primera mano y extraed vuestras propias interpretaciones, lo que para vosotros se aproxime más a “la verdad”… en general. En todo. En la vida. Sin miedo.

jueves, 4 de marzo de 2010

Érase un Rey, una ley y unos obispos

De todos es conocida la oposición radical de la Iglesia católica al aborto, en cualquiera de sus modalidades: cualquiera que permita o colabore, por acción o por omisión, a que se realice un aborto, queda excomulgado… vamos, lo que han aplicado a los diputados que han votado la ley de reforma del aborto.

Sin embargo, el rey de España, oh, su majestad borbónica, no va a tener culpa por sancionar esta ley. Me río por no llorar. Hablando de gobernantes que sancionaron leyes injustas, tampoco Poncio Pilatos se implicó en la sentencia de Jesús: se lavó las manos; pero, por lo menos, hasta ofreció un “Plan B”: liberar a Barrabás o a Jesús. En cambio, en este caso, ni Plan B, ni muestra pública de desacuerdo: el tipo firma tan pichi… no obstante, queda libre de toda culpa, como declaró públicamente el otro día el portavoz de la Conferencia Episcopal (y no es una improvisación, porque los obispos tenían que haber meditado y discutido esto con antelación). Manda narices.

Y es que, a mi juicio, toda autoridad moral que aspire a ser respetada como tal, ha de cumplir (entre otros) con tres principios básicos:

  • Libertad de conciencia: no se puede juzgar a las personas, sólo los actos. Un acto puede ser objetivamente malo, pero si se actúa en conciencia, en realidad la persona está siendo buena. En este caso, el rey tiene la conciencia bien formadita. Así que, por este punto, no debe ser eximido de culpa, y mucho menos en público.
  • Proporcionalidad: pequeños matices en el hecho y la actitud deben implicar pequeños matices en la calificación moral de un acto. Está claro que la diferencia entre la firma del rey y la de los diputados es mínima, y por tanto, la diferencia de “maldad” entre ambos debe ser mínima (en todo caso, la firma del rey tiene aun mayor relevancia que la de un diputado, que queda “disuelto” entre todos los votos de la Cámara).
  • Independencia de la persona: me da lo mismo que sea el rey, la Leti o el barrendero de la Gran Vía. Todos deben ser medidos por el mismo rasero… más aún, las personas de mayor responsabilidad y formación deben ser juzgadas con mayor severidad, y no al revés.

Total, que conferencia episcopal es un reflejo de la Iglesia casposa de nuestro país. Cobarde, reaccionaria, partidista e incoherente. Ojo, que no hablo de la Iglesia con mayúsculas ni de su cuerpo doctrinal, con el que estoy de acuerdo. Sólo me enfoco en el grupúsculo de obispillos que nos han tocado en suerte en nuestro país.