viernes, 9 de diciembre de 2011

Hace setenta añitos

Por allá por diciembre de 1941, es decir, hace setenta añitos, tuvieron lugar algunos de los eventos y decisiones con mayor impacto en la historia reciente. Es una sucesión casi rocambolesca de hechos que marcó el rumbo de la II Guerra Mundial y de la Guerra Fría.

Todos ellos, en torno al ataque a la base estadounidense de Pearl Harbor, en Hawai. "Tora! Tora! Tora!" fue la orden que desencadenó uno de los actos de guerra más viles de la época contemporánea: los japos atacaron sin previa declaración de guerra, y sin que Estados Unidos cometiese ninguna agresión. Se trataba de un ataque preventivo, para así asegurar sus recientes conquistas en el Pacífico, imprescindibles para aprovisionar al Imperio Nipón en su ansia de guerra y expansión. El "Día de la Infamia" lo bautizaron los americanos. Sin embargo, los aliados deberían llamarlo "El día de la Bendición", por varias razones que detallo a continuación

Roosevelt, el presidente estadounidense, hacía tiempo que consideraba necesario entrar en la contienda. Así, pondría la capacidad bélica de su país al servicio de la causa contra los totalitarismos no comunistas (en aquellos tiempos, el régimen soviético no tenía aún impacto apreciable en las esferas de influencia americanas). Sin embargo, la opinión pública americana no quería volver a involucrarse en una guerra fuera de su continente, como ya habían hecho en 1917, y la intervención americana se limitaba al acuerdo de Préstamo-Arriendo firmado con los británicos, según el cual "prestaban" material bélico a los aliados (lo de conseguir que el material llegase a Inglaterra, sorteando las "manadas de lobos" de submarinos soviéticos era otro cantar). Pearl Harbor cambió la percepción popular y concedió a Roosevelt la excusa perfecta para poder entrar de verdad en la guerra, sin medias tintas.

Curiosamente, existen sospechas bastante fundadas de que la Inteligencia americana estaba al tanto de los planes japoneses. Si no, no se explica el hecho de que algunos de los mejores destructores y portaaviones americanos con sede en Hawai estuviesen por esos días fuera de la base, dando vueltas por el Pacífico sin tener una misión definida e incluso corriendo el riesgo de exponerse a los submarinos alemanes. No parece disparatado pensar que los americanos dejaron unos cuantos barcos en Pearl Harbor, a modo de señuelo, para garantizar la indignación popular tras el ataque, pero se cuidaron muy mucho de asegurarse que no perdían toda la flota del Pacífico. Existe constancia de mensajes "sospechosos" interceptados por la Inteligencia a espías japoneses en Hawai días antes del ataque. Y no me parece que esté muy alejado de las temerarias estrategias que discurrían por la mente de Roosevelt: de hecho, fue quien más firmemente defendió una (descerebrada) invasión aliada de Europa en 1942, en contra de Churchill, del Estado Mayor Conjunto y del sentido común (el hecho de que Roosevelt infundiese estas esperanzas de un rápido desahogo a los soviéticos con un segundo frente europeo, que luego no fueron satisfechas por los aliados hasta 1944, sentó las bases de la desconfianza patológica de Stalin en sus socios que, más adelante, desembocaría en la Guerra Fría).

Otro punto a favor del Día de la Bendición: por suerte, la inteligencia soviética sí que sabía que los japoneses planeaban atacar Hawai (otra prueba de que los americanos debían saberlo). Y por suerte, Stalin sí hizo caso a sus espías en este caso. Por tanto, los rusos consideraron que no era necesario mantener tropas en el Pacífico, ya que los japoneses tendrían mucho "tajo" enfrentándose a los americanos. Así que, corre que te corre, sin perder un minuto, todas las tropas situadas por allá por Vladivostok y alrededores fueron desplazadas, a través de Siberia, para llevarlas a intervenir en una de las batallas más decisivas de la guerra: romper el sitio alemán a Moscú. Y es que los nazis habían entrado en Rusia en 1941, rompiendo como bellacos una alianza firmada en 1939. Por suerte, desde la entrada en Rusia, los alemanes ya la venían liando: entraron tarde respecto a los planes iniciales, con la primavera bien avanzada, porque Hitler tuvo que entretenerse en ayudar a Mussolini y en resolver escaramuzas en Yugoslavia. Se plantaron a las afueras de Moscú. Beria y Molotov pensaron en llevarse al gobierno a la orilla este del Volga. Posteriormente los alemanes pagarían caro este retraso: en el momento justo, a las puertas de Moscú, el frío ruso hizo su aparición; y en ese mismo momento, atacaban japos en Pearl Harbor... y los rusos pudieron traer a las tropas siberianas a  Moscú, con su incomparable capacidad para aguantar el frío. Maravilla de maravillas: los alemanes se batían en (parcial) retirada, y permitían que los rusos se recuperasen y recibiesen material bélico de los aliados. Si los alemanes hubiesen tomado Moscú y, con ella, el Imperio soviético, habría sido absolutamente imposible que los aliados ganaran la guerra: recordemos que fue la URSS, y no USA o Inglaterra, quien cargó con el peso de la guerra: la cifra de bajas rusas, con 30 millones de muertos (20 de ellos civiles) hace palidecer al número de bajas sufridas por cualquier otro país en cualquier otra contienda.

En último lugar, Hitler declaró la guerra a USA cuando ésta la declaró a Japón. Hitler pensaba que los americanos no serían un riesgo real, que tendrían mucho tajo en el Pacífico, que su flota había sido desecha por los japoneses, y que esta declaración le aseguraría el apoyo japonés, para hacer un sandwich a los rusos. Una declaración incomprensible, un error de cálculo garrafal, sí. Pero un favor de los gordos para los aliados: otra excusa para convencer a la opinión pública americana de que era necesario entrar en otra guerra (ésta, la realmente importante): la europea, que era donde se iba a decidir el destino del mundo.

Por tanto, sin el día de la infamia, ni los americanos no habrían entrado en la guerra (fundamentalmente en Europa y Africa), ni Rusia habría podido seguir luchando. Mi respuesta al Tora! Tora! Tora! es un ¡Gracias! ¡Gracias! ¡Gracias!

P.D. No consideremos egoísta al pueblo americano por no querer entrar en la guerra europea. No olvidemos que, para los británicos y franceses, no fue tanto una cruzada contra el nazismo como una guerra contra el vecino invasor. Y es que, en el fondo, la guerra fue más geográfica que ideológica: si los nazis hubiesen estado en Moscú y los comunistas en Berlín, la IIGM habría sido una cruzada contra el comunismo. Y no olvidemos las tremendas barbaridades cometidas por Stalin para ganar la guerra, barbaridades sistemáticamente silenciadas por haber sido necesarias para la victoria aliada.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Maldita maledicencia

** Tras el diluvio, Noé fue el primero que plantó una viña. Bebió del vino, se embriagó y se quedó desnudo dentro de su tienda. Cam -el hijo menor de Noé- vio la desnudez de su padre y, afuera, se lo contó a sus dos hermanos. Entonces Sem y Jafet tomaron un manto, se lo echaron ambos al hombro y cubrieron la desnudez de su padre. Cuando Noé despertó de su embriaguez y supo lo que le había hecho su hijo menor, exclamó: "¡Maldito sea Canaán! (el hijo de Cam)! ** (extraído del Génesis)

Este fragmento del Génesis, con el cabreo que se agarra Noé con el hijo que habla mal de él, me viene al pelo para tratar de un tema del que hace tiempo que quiero escribir. Algo que tradicionalmente ha sido considerado como un defecto, pero que ahora parece totalmente permisible. Me refiero a la maledicencia; uséase, hacer públicos los defectos de un tercero por el mero "placer" de hacerlo, o con la intención de dañarle.

¿Que por qué me da por escribir sobre esto? Pues por el calentón de amarillismo que hemos tenido últimamente con la boda de la "Requetegrande" de España y el otro individuo (lo reconozco, no sé cómo se llama ni voy a perder el tiempo buscándolo en Internet). Y es que, entre titulares y comentarios de cafetería, he visto unas cuantas barbaridades que me han hecho reflexionar al respecto. Por suerte, el otro día hablaron sobre este tema en el programa de Pepa Fernández de RNE, y me alegré al ver que todavía hay gente que se toma esto en serio (os recomiendo ese programa; llamadme viejo, pero me encanta)

Volviendo al fragmento del Génesis, me llama la atención que la "reprimenda" del autor no se la lleva Noé por la borrachera (que su derecho tenía a agarrársela al volver a puerto ;). Sino que el que es digno de crítica, y por tanto el autor lo recalca, es el que agarra y les cuenta a todos que ha pillado a Noé con una curza del cinco.  De un tiempo a esta parte, me vengo dando cuenta cuenta de la actualidad de la moraleja de este relato: que es sorprendente el desparpajo y la ligereza con la que aniquilamos la reputación de las personas, mientras damos muchísima más importancia a temas menos relevantes, como sus posesiones materiales. Y me ha llevado mis añitos, incluso considerando que mi madre siempre me ha inculcado el respeto por el tema: no han sido pocas las veces que, al comentar un defecto de alguien, mi madre me ha parado en seco (y más aún en los casos en los que únicamente me basaba en rumores de terceros o suposiciones personales, sin tener siquiera información fidedigna, como pasa tan a menudo).

Y sí, le doy importancia a este tema. Mucha más de la que solemos darle hoy en día. Porque, en resumen, la maledicencia me parece la "desproporcionada venganza del cobarde". Y me explico:

- Desproporcionada, porque los rumorcillos y chismorreos suelen alcanzar dimensiones impensables. Se transmiten a toda velocidad, y además van mutando por el camino. En pocos días, un rumor que soltamos con ligereza ha llegado a cientos de personas (o más), se ha deformado y caricaturizado.  Y lo que es peor, no muere, sino que permanece en la memoria colectiva.

- Venganza, porque por lo general buscamos resarcirnos de un daño que nos han hecho, o acallar un sentimiento de envidia. Y como toda venganza, es absurda e improductiva. Porque se basa en el rencor, que es (como decía Nietzsche), la "emoción del esclavo"; en efecto, el que se venga no se sitúa por encima del vengado, sino que con su esfuerzo y atención, lo que en realidad está haciendo es poner en un pedestal a aquel al que quiere pisotear. Improductiva, porque es lo que en teoría de juegos se llama un "pierde-pierde": Una jugada en la que ninguno gana, y todos pierden (pierde el vengado, por supuesto; y el que se venga, que solo obtiene una pasajera e inexplicable satisfacción por generar sufrimiento ajeno, a cambio de un gran esfuerzo invertido)

- Del cobarde, porque la maledicencia no se hace a la cara, se hace a escondidas. No nos atrevemos a decírselo a la cara a la persona de la que hablamos mal, ni le damos la oportunidad de mejorar. No señor, no: a sus espaldas dispersamos el rumor y luego nos escondemos. Y lo curioso es que, muchas veces, el "rumoreado" ni se entera de que se ha dicho eso sobre él, y no se le da la opción de defenderse o aclarar la verdad.

En resumen, que la próxima vez que vayamos a comentar un defecto de alguien a sus espaldas... pensemos antes para qué lo hacemos, y el impacto que puede tener.

** Ya, ya sé que me he puesto muy rollo. Si te he aburrido, es responsabilidad tuya por no haberte ido a leer el Marca en lugar de seguir leyendo hasta el final. Pero, bueno, por lo menos he vencido el freno que durante tanto tiempo me ha impedido escribir. Espero tener una época algo más constante en esto de escribir en el blog. Como cierre, un vídeo molón: vedlo en pantalla completa y volumen a saco **

Enlace al vídeo: http://www.vimeo.com/22459501

sábado, 16 de abril de 2011

Dámelo todo

** 1 Falacia de la composición: falacia que consiste en inferir que lo que es verdadero para una de las partes es, asimismo, verdadero para el todo.** 2 Ojito, que este post va de rollo filosófico; avisado está el que pase de esta línea**

Fue en las clases de Economía de la carrera. Allí nos conocimos. Me atrajo desde el primer momento, por la sutileza con la que desmontaba algunas de mis creencias anteriores. Me refiero al concepto "filosófico-matemático" de la Falacia de la Composición.

Entre otras cosas, me hizo reflexionar sobre el concepto de austeridad que existía en mi cabezón por aquella época; concepto en el que había sido educado. De repente, caí en la cuenta de que esta supuesta virtud, tal y como yo la entendía resultaba sino perjudicial para el conjunto de la sociedad. En teoría, si un tipo aislado ahorra, sale beneficiado (en teoría, porque no sabe lo que se pierde, pero bueno). En teoría, si un país establece aranceles a la importación de productos, sale beneficiado. No obstante, si de repente toooodo el mundo ahorra, o si de repente todos establecen aranceles, el sistema económico se colapsa. Para muestra, un botón: el efecto multiplicador de la crisis que tuvo el ahorro tras el crack del 29; o que la restricción a las importaciones para favorecer las economías locales sembró el empobrecimiento global clave antes del estallido de la II Guerra Mundial. Así que me dije "pues menuda chusta de virtud, que si la aplica todo el mundo, resulta mala para todos". Vi que lo moralmente criticable no provenía del hecho de gastarse el dinero, sino de dedicar excesivo tiempo, esfuerzo y preocupaciones a acumular más dinero del necesario, dejando de lado las personas y las cosas realmente valiosas de la vida.

Más adelante, descubrí que tenía el mismo problema con el núcleo duro de la moral en la que (yo creía) había sido educado. Una moral en la que el concepto de generosidad venía a ser algo así como "darlo todo por los demás", "entregarse a los demás" y demás conceptos similares. Un concepto unidireccional, que iba exclusivamente del "sujeto generoso" hacia las otras personas.

Y claro, llegó el día en el que me planteé: "si todo el mundo siguiese esta moral al pie de la letra, todos darían y nadie recibiría" (jodein, qué mal suena esto, sustituyamos "darían" por "entregarían", ¿vale?). ¡Zas!, toma falacia de la composición, toma callejón sin salida en el sistema axiomático de mi código moral. Una moral insostenible. Me recordaba a la chapuza de los principios del liberalismo económico, basados en la competencia perfecta... una competencia perfecta que, ineludiblemente, tiende al monopolio en ausencia de mecanismos de control (en este sentido, el capitalismo sí que lleva en su seno la semilla de su propia destrucción). Así, este concepto central de mi sistema moral no era válido porque no podía ser universal.

Probablemente penséis que es una rayada muy gorda. Quizás. Pero mi cabeza funciona así... la norma que, idealmente, debería regir mi vida, no podía contener un error de bulto como éste.

Pero un día, Ana, mi coach -y sin embargo amiga-, me movió a una reflexión que me cambió totalmente la perspectiva: la generosidad no consiste exclusivamente en entregarse, no acaba en el hecho de dar... sino que la generosidad, bien entendida, pasa por dar a los demás la opción de que te den. El que sólo se entrega y no acepta nada a cambio, en el fondo, es un egoísta. Porque bloquea el derecho que los demás tienen de darle. Así entendida, la generosidad viene a ser una carretera de doble sentido.

De aquí, mi re-definición interna, según la cual la generosidad es "dar, hasta la opción de que te den". Ahora todo cuadra.

Poniéndome melodramático, hasta podría decir el "ya hay paz" de esta canción de Love of Lesbian.

  • En un principio pensaba pensaba que mencionar esta canción era una excusa cutre para proponeros disfrutar de este temazo. Pero me he dado cuenta del significado tan positivo que guarda para mí; y que esta Semana Santa haré algo que tengo pendiente hace tiempo: iré a mi lugar más íntimo, al altar de mis alegrías y mis pesares, allí "donde solía gritar"... y emocionado diré... diré: "ya hay paz".

Como cierre, la pipa de la paz: En defensa de mis papis diré que, el otro día, hablando esto con mi madre, me dijo "¡pues claro, a ver qué te vas a creer!". Muy clarito lo tenías, ¿eh?, pero sin embargo nunca me lo inculcaste explícitamente. Que te pique un pollo ;). Así que, como tantas veces en la comunicación, el "problema" no ha estado en lo que se ha dicho, sino precisamente, en lo que se ha dejado sin decir. Ojo, que no te echo nada en cara (sabes que no puedo), sino para que aprendamos y que no se repita la historia. Que, por no decir las cosas importantes a tiempo, no nos encontremos con hijos talluditos teniendo que reinventar las "ruedas importantes" de la vida.

** En Madrid, en víspera de Domingo de Ramos de 2011; sorprendiéndome de lo serio y sesudo que me pongo cuando me doy rienda suelta **

domingo, 3 de abril de 2011

Venga, tontorrón... Házmelo

** “No hagas a los demás aquello que no desees que obren contigo” Tobías, 4-15. Pues bien, querido Tobías, desde mi sincero respeto por tu persona y mi profunda admiración por tus dotes proféticas, he de decirte que no estoy de acuerdo contigo. Si me permites, me explico. **

Esta máxima, norma básica del funcionamiento social a lo ancho del mundo y a lo largo de milenios, descansa en una hipótesis (a mi juicio) errónea: que todos somos iguales; que tenemos los mismos gustos, aspiraciones y motivaciones; y que compartimos las mismas aversiones y malestares.

Pero si miramos con un poco de curiosidad, descubrimos una realidad muy diferente. Observamos que, incluso en los aspectos más esenciales, somos diferentes. ¡Gracias a Dios que lo somos! Es más: estoy convencido de que, excepto en unos pocos aspectos básicos y animalescos (como la aversión al dolor físico y la defensa de las propiedades imprescindibles para la supervivencia), en el resto hay gran variabilidad entre las personas. No obstante, desde pequeñitos nos repiten lo que "tenemos" que amar o aborrecer, que además tiene que coincidir con lo de los demás, porque es lo "normal". Nos intentan inculcar esta norma, que al final se convierte en una horma, al no ser natural ni ser coherente con nuestra naturaleza más íntima.

De aquí vienen expresiones como "si a mí me hiciesen eso, me sentaría fatal" o "si yo fuese él, estaría encantado de que me pasase eso". Pues bien: dejémonos de estos egocentrismos hipotéticos. ¿Sabes lo que realmente le gusta? ¿Sabes lo que, de verdad de la buena, le fastidia? No te digo si lo intuyes, no. Te pregunto si lo sabes, de verdad, si te lo ha dicho. ¡Cuántas relaciones viven en este engaño! Escondiendo las propias preferencias por intentar no hacer daño, o por no destruir la magia... Y lo único hacen es alimentar la carcoma destruye el corazón de la relación. Todo ello, en el fondo, por preferir la comodonería y la incertudimbre (y sus consecuencias) al miedo de ofrecer o pedir de verdad.

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Pero aquí no acaba la cosa, no. Esta hipótesis de igualdad ilusoria hace que, además, consideremos que los demás tienen nuestras mismas habilidades y aptitudes. Que lo que para nosotros es fácil, para los demás es fácil; y al igual con lo difícil. Y nos guardamos para nosotros nuestras facultades más valiosas, como Smeagols con su tessssssoro; sin mala intención, inconscientemente incluso, pero con resultados devastadores. Porque, si bien en este mundo tenemos que aceptar el sufrimiento, para lo que realmente estamos en esta vida es para crear la felicidad (ojo, que no para buscarla). Y la mejor forma de crear felicidad es empleando nuestras facultades naturales, haciendo aquello que nos sale fácil y que disfrutamos haciendo. Al igual que una flor, que crece sin esfuerzo, pero maravilla al que la observa.

En este sentido, he descubierto el siguiente vídeo, que habla de dar a los demás lo que para nosotros es cotidiano e incluso aburrido, pero que para los demás puede ser maravilloso. Espero que lo disfrutéis. Y que digamos, como decía Bernhard Shaw: "No hagas a los demás lo que deseas para ti; los demás pueden tener gustos diferentes".

** Tarde de olor a pino; tarde de oscuros terrones de tierra húmeda; tarde de un multitudinario graznido de cuervo solitario; tarde de escribir este post, que me parece chustero... y publicarlo... y quedarme tan pancho.**

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EPÍLOGO, a bote pronto, para los que quieran saber algunas de mis preferencias ocultas (que luego no me vengan con caras de sorpresa):

- Cosas que me gustan, que a otros pueden no gustar: estar solo; que la gente me cuente sus problemas; vagar sin rumbo definido y sin objetivos; quedarme un finde entero en la cama, cuando mi cuerpo me lo pide; que me pidan consejo u opinión; acampar para convivir, no para competir contra la montaña, y quedarme una tarde entera contemplando el paisaje; vivir el presente; regalar, cuando me apetezca y porque me apetezca (y al revés); acompañar a una chica de compras (más aún si es ir a comprar complementos originales); que me digan mis defectos, desde el cariño; hacer las cosas que quiero hacer...
- Cosas que me disgustan: tener que estar todo el día con gente; confundir las reuniones sociales con las demostraciones de fuerza (que seamos muchos no quiere decir que me lo pase mejor; por lo general es lo contrario); cocinar en manada; el bricolaje; la competición, en cualquiera de sus manifestaciones (prefiero el placer desglosado de cada punto bien jugado a la satisfacción puntual y momentánea de la victoria); ir corriendo para llegar a un sitio, sin disfrutar del camino; tener que ir siempre con un objetivo, viviendo para el futuro (llegar, hacer, terminar...); que me fuercen a hacer algo, o que me metan prisas; la gente a la que no se le pueden decir los defectos; oír expresiones como "no me cabe ninguna duda" (indicativo de que ha llegado el momento de sacar alguna certeza, para hacer hueco a tus dudas); reparar ordenadores (lo hago con el mío porque no me queda más remedio); los regalos debidos únicamente a una efeméride; hacer las cosas que tengo que hacer.