lunes, 15 de noviembre de 2010

Einstein no sabía marketing

**Aviso a navegantes: post largo; introducción científica, quizás algo pesada, necesaria para la elaboración argumental; conclusión filosófica. En su conjunto, puede resultar bien un pestiño insoportable (quizás para la mayoría), bien un "food for thought" interesante. Pero qué narices, es mi blog y quiero darme el gustazo de escribirlo.**

Que no. Que no lo acepto. Que no me la van a colar. Que jamás aceptaré eso del "todo es relativo" que oigo tan a menudo; esa maldita frasecilla que obliga a aceptar como válida cualquier corriente de pensamiento; y para llegar a dudar del carácter moral de cualquier acción. Y como justificación omnipotente, la gente va y dice "si ya lo decía Einstein". Pues siento decirles, señores, que Einstein vino a decir todo lo contrario.

Einstein fue una bestia, quizá el segundo mayor científico de la historia (detrás de Newton, sin duda) y el último gran físico puramente intelectual. Pero, a juzgar por los resultados, no sabía de marketing. Y es que la teoría de la relatividad debería haber tenido el nombre opuesto: la "teoría del absoluto". Y me explico.

La teoría de la relatividad, en su origen, no es más que una justificación contraintuitiva (casi absurda) a una realidad igual de contraintuitiva. Desde años antes de su enunciado, los físicos andaban locos intentando explicar una realidad que no les entraba en la cabeza: independientemente de la velocidad del observador, la velocidad de la luz era siempre la misma, los puñeteros 300.000Km/s (kilometrillo arriba, kilometrillo abajo). Ná, que daba lo mismo: que voy a toda leche, a 200.000 Km/s contra una fuente de luz... zas, resulta que la velocidad del haz de luz es de 300.000 Km/s (cuando la intuición dice que deberían ser 500.000Km/s, sumando las dos velocidades). ¿Que huyo como loco a los mismos 200.000?... otra vez, los puñeteros 300.000 Km/s como resultado de la medición (debiendo, en este caso, ser 100.000 Km/s, restando las velocidades).

Tras siglos en los que los que el hombre había definido a su antojo los sistemas de referencia de la ciencia, llega la naturaleza y dice que no: que fuera intuiciones, que fuera antropocentrismo. Que la luz va a corretear por el universo libre de las ataduras de la razón. Pero eso sí, con una condición: una cerril fijación por los 300.000 Km/s que, además, constituye un límite inalcanzable para la materia (si alcanzas esa velocidad, preocúpate chavalote, porque significa que te has desintegrado en paquetes de fotones).

En medio de este desasosiego, aparece Einstein y explica este absurdo recurriendo a otro absurdo todavía más desproporcionado. Según él, lo que ocurre es que, al movernos, (1) los metros varían de longitud, (2) los relojes se adelantan y se atrasan y (3) ya, la repanocha: cuanto más rápido vas, las cosas "pesan" más (tienen mayor masa). Y se hacen experimentos. Y resulta que sí, que esta explicación, de forma totalmente inesperada, explica el comportamiento de la naturaleza. Haciendo un símil, podríamos decir que las magnitudes de la naturaleza "rinden culto" a la velocidad de la luz.

¿No os parece curioso? ¿Veis aquí ALGO de relativo? Yo veo todo lo contrario: que, en lo que a longitudes, tiempos y masas se refiere, la naturaleza ha aceptado doblegarse ante un absoluto: la velocidad de la luz. En términos científicos, Einstein supuso el paso del politeísmo al monoteísmo. De varios "absolutos independientes" (el metro, el segundo, el Kg), a un único absoluto de referencia: la velocidad de la luz.

(Por fin, la conclusión filosófica, que hasta yo tenía ganas a estas alturas). Y esto me lleva al plano humano: no todo es relativo (como pretenden hacernos pensar los que utilizan el nombre de la teoría sin conocer su contenido). Que hay mucho más absoluto del que pensamos. Que, por mucho que los antropólogos empiristas se dediquen a rebuscar excepciones entre sociedades primitivas, con la intención de convencernos de que la ética es relativa la esencia de la conciencia humana ha sido siempre compartida. Que todos tenemos en común un núcleo esencial para el juicio moral, por mucho que nos empeñemos en guiarlo con raciocinios. Que, para encontrar este núcleo, no hay más que mirar a la gente humilde o a la gente bondadosa de cada sociedad (¿No es curioso que las personas radicalmente buenas buenas son universalmente reconocidas como tales, independientemente de sus creencias?).

La relatividad ha tenido una gran trascendencia, más allá del ámbito científico e incluso del técnico (la relatividad es necesaria para unas cuantas cosas de las que usáis en vuestra vida cotidiana). Además, ha impactado en la conciencia colectiva; pero en este caso con un efecto pernicioso; y lo que es peor, contradictorio con su contenido. Se ha empleado como estandarte derribar los referentes del comportamiento moral (cuando en la ciencia, lo que hizo, fue levantar un único tótem de referencia). Se ha usado como excusa para convertir la ética en un deporte sin reglas. Y no sólo para eliminar reglas secundarias, como acerca de cómo se saca de banda o cuánto dura cada tiempo, sino una eliminación total de cualquier reglamento. En este sentido, una conversación de defensores del "todo es relativo" podría llegar ser:

-"Este deporte se trata de meter gol"
- Y otro "no, lo que hay que hacer es meter canasta"
- Y el de más allá "qué tontos sois, esto se trata de correr por la banda lo más rápido posible"
- "¿Banda? ¿Qué es la banda? Si esa raya marca el centro del campo".

¿Os parece una caricatura? Pues es lo que ocurre actualmente con el juicio del comportamiento moral.

Dejemos de confundir conceptos y llamemos a las cosas por su nombre: el bien es el bien. El mal es... la ausencia de bien (creo firmemente que el mal no tiene existencia propia). Todos tenemos clarísimo el núcleo de bien y de mal (por más que intentemos bañarlos de capas de filosofía que nos justifiquen). Una acción ha de ser objetivamente calificable en diferentes escalas de bien. Debemos tener e inculcar ese criterio de juicio. Pero ojo, mucho ojito: tan claro como que debemos ser capaces de juzgar el carácter moral las acciones, es que no tenemos autoridad para juzgar el carácter moral de las personas (de los otros no conocemos su circunstancia ni su escala de valores). Una acción puede ser mala, sin estar siendo malvada la persona que la realiza.

Ayer le escribía a una amiga: "tú recurres a Freud. Yo busco una trascendencia simple y brutal que dé sentido a la existencia". ¿Y tú? ¿crees que basta con la ética, con el comportamiento armónico entre paquetes ordenaditos de moléculas? ¿O ha de haber una moral referida a un principio absoluto de bien?

Y recordemos siempre: "el mal prolifera cuando los hombres de bien no actúan". Si ni siquiera tenemos claro y sólido el concepto de bien, si aceptamos que tenga una consistencia oleaginosa, difícilmente podremos hacer el bien, y seremos cómplices de la proliferación del mal.

Un tocho insoportable, lo sé. Pero es el mínimo necesario en caso de tener los huevos de contradecir a Einstein. Y de manifestar en público una profunda convicción que me ronda la cabeza desde que leí a Einstein por primera vez.


1 comentario:

Mrs. Nancy Botwin dijo...

Glups.

De nuevo tres matices;

a) Las coincidencias de la vida hacen que esta misma mañana me hablara de Einstein un tipo que sabe mucho más de marketing de lo que dice. No me convenció en absoluto su respuesta a mi pregunta: ¿qué es esa energía que me quieres vender?

b) ¿Qué le han/hemos hecho los antropólogos al mundo si no tratar de entender por observación y comparación? Asumiendo prejuicios.

c) Necesito un gráfico y un reclinatorio. Humillada me siento...

P.D. Más turbación, con dos tildes y separadito.