martes, 11 de enero de 2011

In memoriam: Alberto

** Linchamiento (según la RAE): Ejecutar sin proceso y tumultuariamente a un sospechoso o a un reo. Procede de Lynch, juez de Virgina, del siglo XVIII**

Un amigo mío ha muerto esta noche. Quizás ha cometido un delito, no lo puedo decir (si bien tengo entendido que fue imputado por algo parecido hace unos años y, que yo sepa, no tuvo que cumplir prisión). No obstante, creo que su muerte ha sido, en gran parte, consecuencia de las graves heridas morales provocadas por el vapuleo de los periodistas. Esos que, con tal de conseguir páginas, vierten toda la mierda que pueden en el teclado. Y culpa nuestra, de los lectores, siempre ávidos de lo más morboso, truculento y rocambolesco. ¡Ah! Y que no me vengan con la gilipollez del derecho de libertad de prensa. Porque lo ilícito, por mucho que sea legal, siempre será ilícito. Porque un colectivo sólo es digno de un derecho si lo equilibra con el cumplimiento de unos deberes (algo que la prensa jamás hace, repito, jamás). Así, la libertad de prensa sólo puede existir si los periodistas se comprometen a respetar la presunción de inocencia (entre otras muchas cosas).

Este amigo era Alberto León, a quien yo conocí como ciclista de montaña. . Siempre animado en las carreras, carismático, siempre cruzando la meta con su caballito. Ganador del Cactus, la mítica carrera que, en los años 80, iba de Madrid a Avila por caminos, y que se corría con bicis sin cambios. Uno de los iconos del nacimiento del Mountain Bike en nuestro país. Capaz de romper un cuadro de acero de los buenos en un sólo salto.

No era el mejor, ni mucho menos… pero yo le admiraba y le estaba agradecido. Gracias a él, y sólo a él, conseguí estar en un equipo durante unos meses (hasta que saltó a la vista que yo era un paquete de tres al cuarto). Todavía me río al recordarme desfallecido, cruzando la meta del campeonato de España… mientras observaba a Alberto recibir su medalla, ya duchadito y todo.

Recuerdo aquellos días en que salíamos un buen grupo, y comprobábamos con ilusión que se apuntaba Alberto, que venía a coger forma al principio de temporada, y nos metía un ritmo enloquecido. Eran días infernalmente maravillosos: sufrías lo indecible, pero no te podías creer que siguieses su ritmo (que, por cierto, para él era un rodaje de globero). Y cuando, a mediodía, te retirabas a casa con 60 intensos km de caminos, él se tomaba un sandwich, y seguía tranquilamente con su entrenamiento.

Llevo mucho tiempo sin coger la bici: a pesar de considerarme ciclista, últimamente no monto mucho. Y llevaba mucho tiempo sin charlar tranquilamente con Alberto. De vez en cuando me cruzaba con él, vestido “de calle” en nuestra tierra, San Lorenzo del Escorial, e intercambiábamos dos chascarrillos y tres preguntas de cliché. Pero lo reconozco: a pesar de que posteriormente he tenido una vida relativamente exitosa, a su lado siempre me sentía pequeño.

Este verano me crucé con su hermano Jorge (al que llevaba 8-10 años sin ver), al finalizar una carrera popular. Me llamó la atención que, a pesar de verme entre la multitud y durante tan sólo una fracción de segundo, me dijo “¡coño, Barrientos!”. No sé de qué se trata, no me lo preguntéis, pero algo especial siento por los León, por Richi Santamaría y por Guillermo de Portugal, todos ellos admirados compañeros del equipo ciclista al que tuve la suerte de pertenecer, cuando el ciclismo de montaña aún gateaba en nuestro país.

Es curioso, pero esta madrugada me he despertado sobresaltado. Tenía una fuerte intuición de que algo malo había pasado. He estado a punto de llamar a casa de mis padres para comprobar que todo iba bien. Si bien me he tranquilizado, he pensado: “vamos a mirar en Internet, a ver qué ha sucedido”. Y ahí estaba: tan sólo unas horas antes, había fallecido Alberto. Llevaba un tiempo presente en los medios, machaconamente mencionado y presuntamente implicado en la urdimbre de la famosa “Operación Galgo”, contra el dopaje.

Poco más tengo que decir… sólo pediros una breve oración a los que creáis. Y, a todos, que comencemos a filtrar más la información que digerimos. Porque está visto que, a base de leer, podemos linchar a una persona hasta matarla.