lunes, 28 de marzo de 2011

Convivencia vecinal

** Por fin, tras más de dos meses sin escribir, me siento a intentarlo. He andado muy liado, voluntaria y entusiasmadamente liado. A ver qué sale ahora. **

Por lo que parece, hoy voy a hablar de mis vecinos. Los de arriba y los de abajo. Empezaremos por abajo, por la parte buena: esa vecina rubia, de ojos azules, risa cantarina y caderas de diapasón. Soltera, por lo que parece (y por la cuenta que me trae). Argentina, pero generosa.

Hago lo indecible con tal de verla: cojo cartas de su buzón, para luego entregárselas, culpando al portero del traspapeleo; tiro el arroz a la basura, para luego pedirle una taza, lastimero y suplicante; el otro día, inundé el baño intentando provocar una gotera que marcase el ansiado comienzo de nuestra relación. A partir de aquí viene lo inconfesable, que como su nombre indica, me lo guardo para mí (lo siento, pero son las reglas que impone el diccionario). En fin, que la argentinita de marras me da la vida y un puntazo de ilusión para levantarme de la cama por las mañanas, a la misma hora que ella, por supuesto.

Pero, ¡ay mísero de mí! ¡Ay infelice!: están los vecinos de arriba. Ruidosos e inaguantables. Unos días merodean arrastrando cadenas y otros montan manifestaciones "contranoséqué". Al principio, subía a su casa y les montaba un broncazo de narices. Nada, no funcionó, se hacían los sordos y se reían de mí a la cara. Llamé a la policía en reiteradas ocasiones, pero no sé qué extraña facultad les permitía dejar de hacer ruido 30 segundos antes de que la autoridad llamase al telefonillo. Luchaba y peleaba, pero no conseguía nada.

Entonces me rendí, y sin darme cuenta, les fui dejando que manejasen mi vida a su antojo: dejé de ver pelis en el salón, donde más ruido había, y las veía arrinconado en la cama; dejé de jugar a la Play; me iba al WC a leer, buscando un poco de ambiente zen entre la blancura del alicatado. Al principio, algo conseguí. Pero poco después, mi oído se aguzó, y no había sitio de la casa donde no les oyese, incluso más fuerte que antes.

Lleado a este punto, empecé a evitar mi adorada casita, inventándome planes callejeros para no oírles. Descansaba poco y mal, y comía peor. Habían ganado la batalla, los putos vecinos de arriba.

** Pues bien, hasta aquí la ficción de mi argentinita de abajo y los estruendosos de arriba. Ahora, la realidad, menos evidente pero igual de devastadora. **

Me explico: ¿Si donde digo "argentinita de rechupete" digo "emociones agradables" (alegría, amor, entusiasmo...)? ¿Si donde digo "cabrones ruidosos" pongo "emociones desagradables"?

Entonces, me doy cuenta de que el cuentecillo de mis vecinos es una tontuna comparado con mi vida. Me doy cuenta, en primer lugar, de lo poco que he aprovechado el viento favorable de las emociones positivas, lo poco que hago por salir a buscarlas y por fomentar aquello que me las genera. Y peor aun, me doy cuenta de cuánto hago para escabullirme de mis emociones desagradables. ¡Joder!, ¡cuántas cosas valiosas he dejado de hacer por evitar el miedo, la vergüenza, la tristeza!... y lo único que conseguía era echar leña al fuego, alimentarlas para que volviesen con más fuerza en las situaciones más nimias.

Pues bien, hace no mucho decidí hacer un experimento: en primer lugar, fui a saco a por las cosas que me hacen sentir emociones agradables y a propiciarlas; y moló bastante. Pero lo más maravilloso fue probar la parte complementaria, la más difícil y complementaria: Aceptar, sin luchar, mis emociones desagradables. Sintiéndolas, comprendiéndolas y aceptándolas. Haciendo justo lo que yo haría en el caso de que esas emociones no estuviesen ahí, dando por saco. Dejándolas estar... La gran sorpresa vino cuando de repente, zas, ¡se difuminaron! De repente parecía que dormía a pierna suelta en el salón, con los vecinos haciendo todo el ruido del mundo, y yo sin tapones.

¿Os suena raro? No me extraña, a mí también. Pero me atreví a probar... y sólo os puedo decir que de momento mola; mola mucho. Y que no intento vivir sin miedo, sino que acepto que tengo miedo, pero no permito que marque mi rumbo. Espero que me dure. ¿Os apuntáis al experimento?

Gracias, Marisa; Gracias, Frigopié; Gracias, amiga argentinita de la pata de palo (no, no te líes, no hay amor, sólo amistad, pero había que ponerle algo de poesía al tema). Ah, y se me olvidaba: vivo en un ático.