lunes, 18 de octubre de 2010

El debate más importante de la historia

Ocurrió hace 50 años, hacía tiempo que me apetecía verlo y resulta que lo podía ver cuando quisiese. El otro día lo vi en el blog oficial de Youtube, así de fácil.

Este oscuro (y rarito) objeto de deseo no es otro que el primer debate político televisado de la historia: 26 de septiembre de 1960, Kennedy contra Nixon, luchando por ser el presidente que sucedería a Eisenhower.

Me interesaba, en primer lugar, por el vuelco inesperado que supuso en el resultado de las elecciones (al verlo me lo he explicado). Antes del debate, Nixon lideraba todas las encuestas: iba a ganar de calle. Pero llega al debate y se muestra como una máquina de soltar datos sin hilo argumental (incontestables, sí, pero incoherentes). Un robot que no despierta ninguna emoción en la audiencia y que, además, parece inseguro. Kennedy, por su lado, tiene sólo dos ideas, pero muy claritas: un discurso muy emocional, centrado en el “I am not satisfied” (una letanía casi digna de Luther King), en retar a un combate de ideologías más que de candidatos y en mostrar el riesgo del poder comunista. Y transmite una seguridad y una tranquilidad pasmosas. Merece la pena ver, al menos, los discursos iniciales de cada uno de los candidatos.

Después de este debate, Nixon había sido derrotado.

Pero este debate me interesaba, sobre todo, porque supuso una jugada maestra del destino antes del momento más delicado de la historia de la humanidad. El 15 de octubre de 1962 estallaba la crisis de los misiles de Cuba: los soviéticos habían instalado un aresenal nuclear bestial en Cuba, a tan sólo unos kilómetros de EEUU. De las grandes ciudades estadounidenses, sólo Seattle estaba fuera del alcance de los misiles. EEUU dio un ultimatum, comenzó la cuarentena de la isla y sintió la amenaza en casa como nunca antes.

Puede parecer una crisis más, ¿no? Pues bien, no lo fue. Sobre todo por cómo estaban los ánimos de calentitos. Dos ejemplos: (1) comportamiento de Kruschev en la ONU: discutiendo sobre la descolonización africana, se quitó el zapato y, golpeando con él la mesa, gritó a los representantes occidentales: ¡Os arrasaremos! (glups, ahí queda eso). (2) El reciente  y durísimo desafío por parte de occidente con el establecimiento del puente aéreo a Berlín Occidental… la situación del mundo daba mucho, pero que mucho miedito.

Pensémoslo bien: un potencial nuclear capaz de destruir varias veces a la humanidad, en manos de tan sólo dos personas (una de las cuales parecía tener propensión a la inestabilidad). En una situación en la que sólo tenía sentido llevar la iniciativa: golpear segundo era un “premio de consolación”, porque significaba que en pocos minutos ibas a ser aniquilado. Golpeando primero, quizás podías machacar a la otra potencia antes de que pudiesen soltar todo su arsenal. ¡Y todo esto sin ninguna comunicación entre los dos líderes, basándose únicamente en intuiciones! (la línea roja se estableció a raíz de esta crisis). La cosa llegó a tal extremo que el veintitantos de octubre, Kennedy comunicó a los medios la inminencia del estallido de la tercera guerra mundial. La cosa fue muy, muy, muy en serio. Para más tensión, los rusos destruyeron un avión espía estadounidense que sobrevolaba Siberia. Al final, por suerte, reinó la cordura… y aquí estamos todos.

Si Nixon hubiese estado en el gobierno, con Kissinger a su vera y su propensión patológica a la aniquilación, ¿qué hubiese pasado en esta crisis? Quién sabe, quizás no estaríamos aquí. Así que mi más sincero agradecimiento a este debate, al moderador, a los periodistas y, ¡qué narices! ¡A la madre que los parió! Por producir ese vuelco en las elecciones. Por permitir que siga habiendo historia.

viernes, 15 de octubre de 2010

Retrospectiva fastidiosa

Venía yo todo contento a escribir un post sobre la crisis de los misiles de Cuba (comenzó un 15 de agosto, y yo soy muy de efemérides); venía yo todo contento, digo, y de repente me encuentro con que llevo casi dos meses sin escribir en el blog.

Y me he puesto a pensar: “A ver, Pablito -sí, sí, yo también me llamo Pablito de vez en cuando-: ¿qué narices has hecho estos dos meses?” Y así, puesto a hacer balance, me he dado cuenta de que he hecho muchas cosas, he tachado muchas tareas, pero no he existido. Que he tirado el tiempo, vamos. He sido “Pablito el ejecutor”, y no “Pablote el existente”. Suena a chorrada, pero cada  vez estoy más convencido de que dedicarse la vida a hacer cosas, más que a sentir la vida, es como leer poesía haciendo análisis sintáctico. Un enfoque radicalmente equivocado, vamos.

Y con esto han venido varias reflexiones en avalancha:

  • He pensado en que los tipos a los que más envidio, los místicos, sólo existían (suena a rarito, pero si me pudiese cambiar por alguien, tengo claro que sería por un místico de los de aúpa). Es más, que la presentación de Dios en el Sinaí fue simplona pero potente: “Yo soy el que soy”. Bien podría haber sido “Yahvé, constructor de universos” o “El mejor referente mundial en materia de virtudes”. Pero resulta que no, que su tarjeta de visita no habla de ninguna actividad, sino todo lo contrario.
  • He oído una canción de Deluxe, “Historia Universal”, una crónica muy potente de una pérdida de tiempo. Si tenéis, Spotify, escuchadla. Y he sido consciente de cuánto tiempo perdemos por miedo a tomar decisiones, sin darnos cuenta de que optar por la “no decisión”, por seguir con el status quo es, en sí mismo,  una decisión (en muchos casos la decisión equivocada, para más señas).
  • He leído un fragmento de un cuento oriental, ambientado en un cementerio en el que las lápidas sólo recogían el tiempo en el que la gente había vivido de verdad, en el que habían destilado la existencia. Sorprendentemente, las vidas eran muy cortas.
  • Me he acordado de mis conversaciones con algunos amigos, sobre la existencia y los niveles superiores de conciencia (qué suerte la mía, al tener estos amigos). Y de la división aristotélica entre las actividades que son medios para algo y las que son fines en sí mismas (estas últimas, las que proporcionan la auténtica felicidad).

Así que empiezo el curso con una pregunta sencilla pero con miga:

a lo largo de la última semana, del último mes, ¿cuántos momentos te habría gustado congelar, convertirlos en un presente eterno?

Piénsalo sin miedo. En mi caso, son pocos, así que voy a pensar en ello. Os dejo, que me pongo en “modo reflexión” ;).

La crisis de los misiles de Cuba, para otro día. Pero no lo dejaré pasar, porque estuvimos tan cerca de la aniquilación total que hay que asegurar que no se vuelve a repetir.