jueves, 4 de marzo de 2010

Érase un Rey, una ley y unos obispos

De todos es conocida la oposición radical de la Iglesia católica al aborto, en cualquiera de sus modalidades: cualquiera que permita o colabore, por acción o por omisión, a que se realice un aborto, queda excomulgado… vamos, lo que han aplicado a los diputados que han votado la ley de reforma del aborto.

Sin embargo, el rey de España, oh, su majestad borbónica, no va a tener culpa por sancionar esta ley. Me río por no llorar. Hablando de gobernantes que sancionaron leyes injustas, tampoco Poncio Pilatos se implicó en la sentencia de Jesús: se lavó las manos; pero, por lo menos, hasta ofreció un “Plan B”: liberar a Barrabás o a Jesús. En cambio, en este caso, ni Plan B, ni muestra pública de desacuerdo: el tipo firma tan pichi… no obstante, queda libre de toda culpa, como declaró públicamente el otro día el portavoz de la Conferencia Episcopal (y no es una improvisación, porque los obispos tenían que haber meditado y discutido esto con antelación). Manda narices.

Y es que, a mi juicio, toda autoridad moral que aspire a ser respetada como tal, ha de cumplir (entre otros) con tres principios básicos:

  • Libertad de conciencia: no se puede juzgar a las personas, sólo los actos. Un acto puede ser objetivamente malo, pero si se actúa en conciencia, en realidad la persona está siendo buena. En este caso, el rey tiene la conciencia bien formadita. Así que, por este punto, no debe ser eximido de culpa, y mucho menos en público.
  • Proporcionalidad: pequeños matices en el hecho y la actitud deben implicar pequeños matices en la calificación moral de un acto. Está claro que la diferencia entre la firma del rey y la de los diputados es mínima, y por tanto, la diferencia de “maldad” entre ambos debe ser mínima (en todo caso, la firma del rey tiene aun mayor relevancia que la de un diputado, que queda “disuelto” entre todos los votos de la Cámara).
  • Independencia de la persona: me da lo mismo que sea el rey, la Leti o el barrendero de la Gran Vía. Todos deben ser medidos por el mismo rasero… más aún, las personas de mayor responsabilidad y formación deben ser juzgadas con mayor severidad, y no al revés.

Total, que conferencia episcopal es un reflejo de la Iglesia casposa de nuestro país. Cobarde, reaccionaria, partidista e incoherente. Ojo, que no hablo de la Iglesia con mayúsculas ni de su cuerpo doctrinal, con el que estoy de acuerdo. Sólo me enfoco en el grupúsculo de obispillos que nos han tocado en suerte en nuestro país.

1 comentario:

gonzalo dijo...

coincido contigo
pero imaginate el pollo que se montaria si el rey le llevara la contraria a los españoles
pero si lo hace demostraria que realmente es una figura y no un simbolo decorativo