viernes, 23 de abril de 2010

El mundo no se acaba... o eso parece

Todo el mundo está ahora como loco, con que si estamos enfadando a la madre tierra, que si hay muchos terremotos, que si los volcanes deben parecernos una cura de humildad... incluso los hay que pretenden ver un castigo divino en esta (aparentemente atípica) sucesión de catástrofes.

Pues bien, resulta que parece ser que no es para tanto. Ojo: no pretendo decir que no me parezca tremendo lo de Haití, China y Chile. Que no me parezca muy positivo que la gente se dé cuenta de que no pasa nada por vivir unos días sin tanta prisa, y tener que quedarse unos días en tierra sin poder ir a cerrar un "deal" a "la City".

Pero vamos, además de estas reflexiones mezcladas, de estos horrores (por las muertes) y regocijos (por los yuppies estresados en el aeropuerto); además de tanto follón, digo, ahora resulta que no es para tanto. Lo siento decir a los agoreros que vaticinan, y a veces parece que hasta esperan, el enfado divino y el fin del mundo.

Y no es para tanto. Al menos si tenemos en cuenta las estadísticas que dan los sismólogos americanos. En los 4 meses que van de año, llevamos 6 terremotos "gordos". Si extrapolamos, nos saldrán (si todo sigue tan "tremendamente mal" como hasta ahora) 18 terremotos en 2010.

Pues bien, los registros históricos dicen que al año hay, de media, 16 terremotos de magnitud 7 ó mayor (ojo, que el de China ni siquiera llegó a ser de magnitud 7, se quedó en 6,9). O sea que estamos en la media. Y algunos años ha habido muchísimos más (32 terremotos de magnitud mayor a 7 en 1943, y ahí sí que podían pensar que se iba a acabar el mundo, en medio de la segunda guerra mundial).

Y que no me digan que "no hay base estadística", como suelen decir los escépticos que prefieren basarse en la experiencia personal e inmediata antes que en lo estadístico y contrastable. Porque el histórico de datos se remonta a 1900... uséase, 110 añitos que llevamos de meneos terráqueos. Y aquí seguimos.

Vamos, que los temblores actuales no son para echarse a temblar (juajua, qué chisposo que estoy). Lo que sí es una pena es que, después de tantos avisos, sigamos creyéndonos los emperadores del mundo, en lugar de sus habitantes.


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